El Monumento a Gaetano Donizetti se encuentra en el jardín de la Plaza Cavour, en la parte baja de Bérgamo, justo al lado del Teatro Donizetti. Está ubicado en medio del estanque que adorna la plaza, conocido por los bergamascos como “el estanque de los cisnes”. En términos compositivos, sigue una línea circular determinada por un banco exedra, en el que se sienta el músico, frente a la musa inspiradora Melopea (del griego antiguo melopoièo, “componer canciones, poner música”).
La parte superior, completamente de mármol, está situada sobre una base de granito, decorada con una escalera y frisos de vegetación y animales. Detrás se abre un pequeño bosque vallado, símbolo de un arte misterioso y casi inaccesible.
Una particularidad de la obra es que Donizetti, en lugar de ser presentado en el centro como es tradicional, se sienta casi apartado. La musa toca la lira en el otro extremo de la composición, y sus diferentes actitudes, junto con sus posiciones, crean una alegoría de lo real (el músico) opuesto pero complementario a lo ideal (su inspiración). Toda la composición transmite una sensación de recogimiento y, en la melancolía de los personajes, parece presagiar la enfermedad que llevaría a la muerte prematura del compositor, fallecido a los 51 años.
Para su realización, en 1895 la ciudad organizó un concurso en el que participaron 52 escultores de toda Italia. El ganador fue Francesco Jerace, originario de Polistena, pero formado artísticamente en Nápoles y Roma, que alcanzó la fama tras el reconocimiento recibido en numerosas exposiciones nacionales e internacionales. Entre sus obras – solo por mencionar algunas – se encuentran la estatua de Vittorio Emanuele II que adorna el Palacio Real de Nápoles (1888), la Conversión de San Agustín para la iglesia de Santa María en Varsovia, y el grupo de bronce L’Azione para el Vittoriano de Roma (1911).
Apreciado por la modernidad arquitectónica de sus monumentos, Jerace le dio a Bérgamo una de sus creaciones más refinadas y originales, superando la relación tradicional entre base y estatuas a través de una solución visual sin interrupciones, así como la colocación descentrada del protagonista.
La musa Melopea es considerada una de las figuras simbólicas más fascinantes del arte de Jerace (Frangipane, 1924).