Una de las primeras fuentes documentadas de la historia de la ciudad, se alimentaba de manantiales situados en las proximidades.
Ya en época romana se la conocía como fons opacinus, fuente del viento del norte, debido a su posición orientada hacia el norte.
Al parecer, el manantial gozaba de gran fama por sus cualidades curativas y muchos extranjeros acudían a admirarlo.
Según las descripciones de Moisés de Brolo en el Liber Pergaminus (1120-1180), sus bóvedas, suelo y paredes estaban recubiertos de mármol.
Tanto los habitantes como los caballos podían beber de la fuente; tenía un lavadero y una cisterna muy grande.